Por una ética mundial de la salud

“la incertidumbre nos acompaña y la esperanza nos impulsa”. Edgar Morin Las abominaciones humanas en política de atención integral y salud, las hemos experimentado con el acceso inmediato y a corto plazo a los diferentes tipos de vacunas que nos presentan los grandes laboratorios de los países líderes en biotecnología médica. Los protocolos y recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud, acerca de la urgencia de darle respuesta más sistemática y concreta al avance del coronavirus en sus diferentes cepas, no han mostrado los resultados esperados. En América Latina, sobre todo en Brasil, los niveles de mortalidad estremecen a los sectores más apáticos y conservadores, empeñados en no dar importancia a la pandemia, lo que sucede en Brasil se convierte en una eminente amenaza epidemiológica para Venezuela en especial en el territorio geográfico compartido como frontera común. Los escenarios y desafíos de la salud para los países latinoamericanos siguen en constante lucha, compartimos los fundamentos de la salud de todos los pueblos como rector de la paz y la seguridad, como completo bienestar físico-social, biopsicosocial individual y colectivo, como objetivo estratégico, esta resignificación del concepto de salud y atención médica nos da ánimo para mayores demandas de reivindicar la dignidad en la humanidad, es decir, un mundo humano para todos en igualdad de derechos y condiciones. Un mundo donde la emergencia médica-sanitaria no este mediada y tensionada por las tiranteces y extorsiones políticas, el apoyo de asistencia en insumos y tecnología se convierte en una nueva “arma de la diplomacia geopolítica”, una especie de “vacuna” a los países que no están alienados a los designios de Washington. Las ayudas humanitarias, o apoyo en casos de enfermedades, eventos naturales, guerras internas, son normativas de las Organización de las Naciones Unidas, por lo tanto forman el compendio jurídico del derecho internacional, valga decir que no puede estar condicionada ante ninguna circunstancia ni interés extraterritorial; el reconocimiento de la dignidad y naturaleza biológica de los hombres es intagible, es constitutiva de la identidad de los hombres y naciones, resulta que no podemos ser inmunodecientes en derechos universales tal cual están registrados en la ONU. A comienzo de la década de 1970, ante los avances de descubrimientos médicos para el tratamiento de nuevas enfermedades y la puesta en práctica de conocimientos en biotecnologías médicas, empieza a emplearse el término de Bioética como medición de los problemas entre las ciencias médicas y las humanidades, es decir, las responsabilidades concretas para beneficio de todos los ciudadanos del mundo. La toma de conciencia de la unidad-diversidad del hombre, de nuestro destino terrestre, conectaba los descubrimientos científicos, con su difusión y utilización pública, no podían ser destinados a nuevas formas de destrucción y dominación política, se constituían en bienes comunes, en eso de verdades reales nada más concreto que la “presencia de la muerte” en las distintas enfermedades y pandemias. Taxativamente, la ciencia en pro de la raza humana, si no la ciencia se convertía en un nuevo monstruo al negarse como fuente de vida. En verdad que estos tiempos son imprescindibles para reflexionar y pensar, para recuperar la relación pasado presente y futuro, filósofos, bioeticista, investigadores sociales, personal médico-asistencial, comunicólogos, periodistas, comunidades organizadas, debemos proponer un consenso sobre valores éticos-políticos elementales, de comportamientos y búsqueda de alternativas para confrontar el covid19, las recetas fáciles no bastan, debemos generar impulsos rápidos y concretos ante la crisis de salud, política y económica mundial, una ética latinoamericana y mundial donde todo hombre debe ser tratado humanamente y en ello el derecho a la salud y medicinas son prioridades. José Ramón Rodríguez

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