El distanciamiento político-religioso como necesidad democrática en el contexto del covid-19
El distanciamiento político-religioso como necesidad democrática
en el contexto del Covid-19
La preocupación para los pasajeros que suben a un avión no es si el piloto realizó su devocional o
rezó el rosario antes de ir a trabajar; o si cree en Dios, es ateo o agnóstico. La preocupación es si el
piloto tiene la pericia para despegar, volar y aterrizar el avión, y si en medio de una tormenta
puede mantener la aeronave y a los pasajeros a salvo. ¿Quién querrá montarse en un vuelo donde
el piloto convoque una “cadena de oración” en plena turbulencia, o mande a la tripulación a leer
el salmo 91? Lo que se espera del piloto en ese momento es que se comporte como tal y haga uso
de todas las capacidades que ha adquirido, junto con su tripulación, para solventar una situación
que exige que demuestre por qué está en ese cargo y no en otro.
La pandemia del COVID-19 ha funcionado como un dispositivo que ha hecho emerger una
diversidad de fenómenos que comienzan a ocupar la atención en diversos campos del saber. Nadie
quiere quedarse callado, todos tienen algo que decir: filósofos, economistas, religiosos, sociólogos,
antropólogos, científicos, políticos, biólogos, ecologistas, entre otros. Y como es de esperar las
opiniones son distintas y muchas veces contradictorias. Las lecturas no son coincidentes y
tampoco tienen que serlo. Lo que acontece en estas situaciones es que cada quien argumenta
desde eso que han llamado los estudiosos el “lugar de enunciación”, es decir, desde su particular
manera de acercarse e interpretar la realidad.
A mí, como un curioso del saber teológico, me llama la atención la recurrencia de los jefes de
gobierno, no importa donde queramos ubicarlos -de derecha, de izquierda, de centro izquierda,
social demócrata, demócrata cristiano, socialista, neoliberal, entre otros- a comportarse como
líderes religiosos. Sólo hay que detenerse en algunos ejemplos representativos para identificar
estas actitudes, en no pocos mandatarios, a raíz de la pandemia del COVID-19, a tal punto que de
manera pública han promovido practicas propias del cristianismo como parte de su respuesta a la
grave crisis que hoy experimenta la aldea global.
El presidente de los EE.UU anunció el domingo 15 de marzo “como Día Nacional de Oración por
todos los estadounidenses afectados por la pandemia de coronavirus y por nuestros esfuerzos de
respuesta nacional”. De hecho, Trump en otras oportunidades se ha mostrado con líderes
protestantes orando por él en la Casa Blanca.
El presidente de Guatemala, Alejandro Giammattei, anunció un día de ayuno y oración para el 21
de marzo: “Unámonos los guatemaltecos en ayuno y oración y hagamos nuestras las peticiones
para que Dios bendiga a Guatemala”, fueron parte de sus palabras.
Otro mandatario, cuyo llamado ha tenido mucha repercusión en el sector religioso de la región, ha
sido el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, quien para cerrar una alocución en cadena
nacional invitó a su equipo a orar: “Quiero pedirles a todos que oremos y le pidamos a Dios de que
nos ayude a sobreponernos a esta enfermedad. Que salve a la mayoría de los salvadoreños.
Vamos a enfrentar una tribulación, pero estoy seguro de que con la ayuda de Dios vamos a salir
adelante.” Tampoco es la primera vez que Bukele expresa sus convicciones religiosas en
intervenciones públicas como mandatario.
El jefe de Estado de Paraguay, Mario Abdo Benítez, no se quedó atrás y solicitó a su nación que
recurriera a la oración para que Dios proteja a su país: “Le deseo a todo el pueblo que pase en
familia, en unidad. No debemos olvidar el campo espiritual. Una familia junta, en oración. El poder
de la oración estoy seguro que va a proteger a la nación. Dios va a proteger al Paraguay y va a
seguir bendiciendo al país”, afirmó.
Uno de los más controvertidos, es el caso del presidente de Brasil Jair Bolsonaro, quien anunció la
convocatoria de un día nacional de ayuno y oración para “liberar a Brasil del mal” de la epidemia
de coronavirus: “Convocamos a los brasileños junto con los pastores y líderes religiosos a un día de
ayuno para que Brasil pueda liberarse de este mal lo antes posible”. Este anuncio tuvo buena
acogida entre las iglesias que lo apoyan.
Por su parte, Nicolás Maduro, presidente de Venezuela ha pedido que se realice una cadena de
oración todos los días, la cual es televisada por los canales del sistema público, en la cual
participan diversos líderes religiosos: “¡Días santos en el hogar y en familia! Momentos propicios
para la reflexión, la unión y la oración sincera al Cristo resucitado. Pidamos a él que nos llene de su
sangre bendita y sanadora para que corra como ríos de agua viva sobre toda nuestra amada
Venezuela. ¡Dios nos Bendiga!”. Con estas palabras el presidente asumía una actitud similar a la de
otros mandatarios de la región.
Vale la pena señalar que estas iniciativas son aplaudidas por unos grupos y cuestionadas por otros,
todo va a depender de su lugar de enunciación, es decir, de los lentes hermenéuticos que cada
cual tenga a la hora de presentarse como observador. Si se está en contra de Maduro, se
argumentará que está actitud es “una manera para manipular a la población en medio de una
situación límite como la actual”, pero se verá con buenos ojos que lo haga Trump o Bukele. En este
caso, se dirá que es “un fiel reflejo de que estos líderes son realmente temerosos de Dios.
” Por otro lado, si es a la inversa, se afirmará que Maduro es un hombre que busca de Dios, mientras
que Bukele y Trump manipulan políticamente a su pueblo con ese tipo de actitud. Entonces uno,
como curioso de estos asuntos se pregunta: ¿cómo cristianos cuál debería ser la oración que
debemos apoyar? ¿La de Trump o la de Maduro? ¿La de Bukele o la de Bolsonaro? ¿La de Jeanine
Áñez o la de Alejandro Giammattei? ¿O simplemente ninguna? La idea no es cuestionar la eficacia
de la oración y su lugar en la espiritualidad cristiana o si los mandatarios tienen que ser ateos o
agnósticos, sino el lugar de la narrativa religiosa en el campo de la política en el siglo XXI.
En lo personal, considero que la oración es una práctica necesaria en estos tiempos de
incertidumbre y temores, no para obligar a Dios a que cambie la realidad, sino porque la oración,
como Jesús la enseñó, nos ayuda a cambiar nuestra visión de la realidad e incluso de Dios. Y yo
esperaría que fueran los representantes religiosos quienes sean los que tomen esta iniciativa, con
sus respectivas comunidades de fe bajo su responsabilidad y coordinación, como líderes naturales
de este campo; así como tampoco espero, que los líderes religiosos estén dando explicaciones
seudocientíficas acerca del origen y de cómo se puede erradicar el COVID-19.
La historia ya ha dejado suficientes lecciones acerca de lo trágico que resulta cuando los dirigentes
políticos se comportan como líderes religiosos, o cuando los líderes religiosos se quieren asumir
como políticos. La ciudadanía espera, por lo menos en teoría porque en la práctica puede resultar
otra cosa, que cuando se elige a un mandatario, éste pueda dar soluciones políticas a la diversidad
de problemas que tiene una nación en el ámbito de la salud, educación, vivienda, seguridad,
economía, alimentación, empleo, en fin, todas esas deudas pendientes que los gobiernos tienen
en su agenda con sus ciudadanos. En otras palabras, la ciudadanía- o por lo menos yo- espera
respuestas y acciones políticas que propicien la solución de estas necesidades, no respuestas de
carácter religioso, para eso ya tenemos a los sacerdotes y pastores.
Esto en ningún momento quiere decir que los cristianos no tienen nada que hacer o decir en el
ámbito público o político. No es eso. Hay mucho que decir y hacer, pero no convirtiendo a los
presidentes en “sumos sacerdotes”, o a todo un país en una parroquia o una gran iglesia. No es
para nada saludable que, en nombre de una población mayoritariamente cristiana, los
mandatarios se presenten como “monarcas contemporáneos”- al estilo del rey Sol en el siglo XIV-
en quien reposa tanto el poder religioso como el político, y regresar a pasadas sociedades donde
prevalecía el “carácter divino del poder político”, desde el cual se legitimaron saqueos, masacres,
injusticias, violaciones y opresiones de toda índole. De los mandatarios requerimos que, como
ciudadanos ejerzan o no una fe en particular, pero que como presidentes no se conviertan en
“reproductores” de ningún tipo de religión, porque su cargo no es dado por derecho divino sino
por un ejercicio de ciudadanía. En otras palabras, que se garantice y respete el estado laico.
Sabemos que no es una discusión nada novedosa, pero sí que se ha hecho cada vez más necesaria
abordarla, porque al igual que con el COVID- 19 el factor de la distancia y la cercanía es de carácter
fundamental en este contexto. La cercanía entre lo político y lo religioso es un peligro de
consecuencias trágicamente ya vividas, por lo que se requiere un “distanciamiento social”
prudencial de ambos campos para mantener la salud del ejercicio político y del religioso.
Recordemos que cuando Jesús fue confrontado por esta situación lo resolvió con sus célebres
palabras: “Dad al César lo que es de César y a Dios lo que es de Dios”, pero las hermenéuticas de
las mismas no terminan de convencer a los religiosos ni a políticos contemporáneos. El político
quiere politizar la fe, y los religiosos teologizar la política, y en ambos casos, la intencionalidad
subyacente, pareciera ser la misma: legitimar el control del poder para establecer una hegemonía
política que se le pueda dar el carácter de sagrada, por lo tanto, gozaría de la imposibilidad de ser
cuestionada, por su “procedencia divina.”
Vivimos en una época de transición civilizatoria y ese hecho hace que permanentemente estemos
caminando al borde de nuestras certezas. Las incertidumbres emergen de manera recurrente y el
COVID- 19 nos está obligando a repensar la vida toda, incluyendo el uso que últimamente los
políticos están haciendo de la religión. Quizás la pandemia ha desbordado y socavado las certezas
políticas y ante la falta de respuestas ante el desborde de necesidades que ahora emergen, los
mandatarios echan mano de lo que la mala política históricamente ha hecho: manipular. Y la
religión cristiana, como un depósito de certezas, hoy es un recurso “ambidiestro” que les sirve
tanto a los de la izquierda como a los de la derecha, a Tirios y troyanos.
En esta transición epocal, se requiere que los seguidores y seguidoras del galileo resucitado
asumamos actitudes más críticas y cónsonas con el líder de nuestra fe, Jesús. Es ingenuo pensar
que porque un presidente o cualquier político, asuma un léxico religioso o promueva prácticas
propias de nuestra fe, hay que interpretar esos “signos” como genuinas expresiones de legitimidad
divina. No olvide que los cristianos evangélicos en el continente hoy son un grupo políticamente
codiciable. Los políticos no los ven como ciudadanos, los ven como votos, y como posibilidad de
cooptar “fieles” para mantenerse en el poder bajo una legitimidad “sacra”. Y si para ello tienen
que asumir las practicas cristianas no dudarán en hacerlo, ya el “influencer Constantino”,
emperador romano, dejó un tutorial que data de principios del siglo IV que hoy muchos
presidentes contemporáneos le están dando like.
En tiempos de caos y de tanta desesperanza ¡claro que podemos ayunar! El profeta Isaías nos
ilumina en cuánto a la manera de hacerlo. En este texto hay implicaciones tanto políticas como
religiosas de pertinencia y urgencia, sin que por ello se pierda el distanciamiento social, necesario
para impedir que uno de los ámbitos contamine al otro y ponga en riesgo su razón de ser:
“El ayuno que a mí me agrada consiste en esto:
en que rompas las cadenas de la injusticia
y desates los nudos que aprietan el yugo;
en que dejes libres a los oprimidos
y acabes, en fin, con toda tiranía;
en que compartas tu pan con el hambriento
y recibas en tu casa al pobre sin techo;
en que vistas al que no tiene ropa
y no dejes de socorrer a tus semejantes.”
Isaías 58.6,7 (DHH)
Rev. César Henríquez. Coordinador General- Acción Ecuménica
Caracas-Venezuela
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