El Dios en quien creo. Mi testimonio teológico

 


El Dios en quien creo. Mi testimonio teológico




Plutarco Bonilla

Premio Borrow 2014




El presente texto es la forma ampliada, y corregida, más cerca del original, de la síntesis leída por su autor en 

la entrega del Premio Jorge Borrow de Difusión Bíblica, en el Colegio Mayor Fonseca de la Universidad de 

Salamanca, el sábado 26 de abril del 2014.

 

Presentamos el fragmento final de la formidable disertación del homenajeado biblista.




“Hay una forma del lenguaje humano que rompe, o puede romper, todos nuestros esquemas mentales y es capaz de transmitir lo que, en otras formas de ese mismo lenguaje, resulta imposible de comunicar. Me refiero al lenguaje poético.


Ha sido una lástima que, por muchísimos años, las ediciones impresas de la Biblia en nuestro idioma hayan ocultado –no a propósito, por cierto y, con algunas excepciones– que buena parte del texto de las Escrituras hebreas está escrito en poesía, de acuerdo con los cánones poéticos propios de esa lengua. Además de la literatura bíblica conocida como “de sabiduría” y de los salmos que, por su propia naturaleza es toda ella texto poético, encontramos poemas a todo lo largo y ancho de la literatura profética de ese texto sagrado. Esto nos hace recordar que en la antigua Grecia, tanto el predecesor como el personaje principal del pensamiento eleático –Jenófanes de Colofón y Parménides de Elea, respectivamente– expusieron su pensamiento en sendos poemas.


Y algunos poemas de alto vuelo se hallan insertos en varios de los libros que componen el Nuevo Testamento.


La literatura poética –trátese del poema “formal”, con su estructura característica, o de la prosa poética– goza de una libertad que no se encuentra de igual manera en otras formas literarias. El poeta se mueve a sus anchas y puede romper no solo las estructuras lingüísticas del idioma (“escribir es condenar la gramática a la hoguera de la lírica”, ha dicho Onetti), sino también las estructuras conceptuales para trasladar a la experiencia existencial del lector lo que de otra manera sería imposible de comunicar (¿equivaldría esto, en sentido amplio, a la otra afirmación del mismo autor, de que “literatura es mentir bien la verdad”?). O sea, que se dice bien la verdad pero lingüísticamente mintiendo. No se trata de reducirlo todo al puro aspecto estético.


En el mundo evangélico, y en términos muy generales, la sola mención de la palabra “mito” provoca reacciones negativas que, a veces, se traduce en lenguaje violento contra quien se haya atrevido a usarla. Tales respuestas al estímulo del vocablo “mito” se debe, en la mayor parte de los casos, al desconocimiento del verdadero significado y de la función del mito. No es este, ciertamente, un nuevo cuento de entretenimiento, producto de la imaginación más o menos fecunda de una determinada persona o de una colectividad humana.


Trátase, más bien, de un intento de explicar lo que al mitógrafo (persona individual o comunidad) le resulta de imposible explicación por otros medios. Tras el mito hay siempre una realidad, una situación o un hecho concretos, un “algo” que requiere explicación. Tales, por ejemplo, los mitos etiológicos de los pueblos antiguos, como los hermosamente narrados en los primeros capítulos de Génesis.


Los mitos, en particular los mitos clásicos, son expresión, por cierto, de alta y profunda literatura poética. Y como tantas otras manifestaciones poéticas, son inagotable fuente de interpretación. Ahí radica su misterio y su belleza.


Como no soy poeta, me atrevo a hacer estas afirmaciones a partir de mi experiencia como lector. Y como tal, percibo, además, que en ocasiones, aun “sin romper la gramática”, el lector u oyente experimenta una cierta percepción de lo que el poeta expresa, que se perdería si lo mismo se dijera en prosa llana.


En lo que solía llamarse (y aún llaman en ciertos países) “Talleres de ciencias bíblicas”, patrocinados por las sociedades bíblicas, he hecho la sencillísima experiencia de expresar, como si lo estuviera describiendo en mi propia habla, el contenido conceptual del “No me mueve, mi Dios”. Luego, he recitado el poema. El rostro de las personas mostraba a las claras las diferencias de ambas lecturas (y eso que no soy buen recitador...). Algo nuevo, y hasta sorprendente, comunicaba el poema.


Máximo Cayón lo ha dicho de otra manera, en palabras que, para sus lectores, transcribe nuestro Pérez Alencart: “Indudablemente, la poesía es un camino que propicia el encuentro con Dios. Y por si alguien pudiese pensar que exagero un ápice, recuerde que, a modo de respuesta personal, del verso más sincero hizo báculo y abrigo un poeta hoy tristemente olvidado: Amado Nervo, muerto a la edad de 49 años”.


Me pregunto, para finalizar: ¿es la exégesis de los textos poéticos la misma que la de los textos no poéticos? En mi opinión, no; definitivamente, no. Creo que no lo es por lo dicho acerca de la libertad del poeta en los ámbitos mencionados. Si el literalismo suele ser pernicioso, en ese caso lo es aún más. Creo que en la exégesis bíblica, especialmente la novotestamentaria, se ha gastado mucha tinta tratando de explicar, como si se tratara de literatura descriptiva, no poética, lo que es poesía en su más pura esencia. 



Comentarios

Entradas populares