El laberinto de la cibersoledad
El
laberinto de la cibersoledad
Una reflexión sobre las llamadas NTIC y el internet mercantilizado, cerca de un gran libro de Frank Schirrmacher
Nos hemos visto arrastrados al interior de un sistema de
pensamiento y comportamiento que nos enseña que es razonable ser egoístas.
El prematuramente desaparecido
Frank Schirrmacher, en su libro Ego (Ariel, Barcelona 2014), nos ha
proporcionado una de las mayores contribuciones individuales a la inteligibilidad
del mundo donde vivimos que uno recuerda haber leído en mucho tiempo.
Es verdad que ese mundo es
espantoso, y que analizarlo no resulta tarea grata. Pero por favor, no maten al
mensajero…
“Piensa mal y acertarás” nos da el modelo
básico de la profecía que se autocumple. Ego desarrolla, a lo largo de 270
páginas estremecedoras, cómo el más bien inoperante Homo economicus de la
teoría marginalista mutó, a finales del siglo XX, en un temible monstruo
digital: el Número 2, un doble de nosotros mismos (cada cual su propio “número
uno”) movido solamente por el egoísmo, la desconfianza y el miedo. Nuestro
problema es que, en la era de la “economía del conocimiento” y el Internet
mercantilizado, este Número 2 va colonizando cada vez más espacios, y transformando
la entera sociedad a su imagen y semejanza. Como dice el autor en una
entrevista:
“Nos hemos visto arrastrados al
interior de un sistema de pensamiento y comportamiento que nos enseña que es razonable
ser egoístas. Esto es lo nuevo. Hablamos de una nueva racionalidad de gran
repercusión que ha sido codificada en las propias máquinas, desde los
algoritmos bursátiles de la negociación de alta frecuencia hasta los modelos de
riesgo de la NSA [Agencia de Seguridad Nacional, el servicio de inteligencia de
los EE.UU]. No es tecnología, es política. Todo el mundo conoce los infiernos
de la cadena de montaje y de la eficiencia de la época de Ford. Ahora extendemos
esos criterios de eficiencia a lo social: pensar, escribir, caminar, correr,
comunicar. (…) Vivimos el triunfo del neoliberalismo autoprogramado en la
técnica. La premisa decisiva dice: Cada uno solo piensa en sí mismo.”1.
En una biosfera finita donde
viven seres vivos finitos (incluido el menesteroso anthropos), lo que se ha
venido desplegando contra cada vez menor resistencia es una sed de beneficio
infinita, y una voluntad de dominación infinita: y todo ello hoy se materializa
en una “megamáquina”, un super-aparato técnico que tiende a sustituir a toda
otra realidad (6.800 millones de teléfonos móviles, en 2013, para una humanidad
de 7.100 millones de personas).2
Vivimos en un mundo donde lo
tanático campa por sus respetos, fuera de todo control. Llámenlo transhumanismo
si lo prefieren, para no emplear la expresión pulsión de muerte. Todo indica
que los horrores del siglo XXI harán pequeño todo lo que la humanidad conoció
en el pasado.
Vivimos ya en un mundo
intensamente distópico (yo abordé este asunto en el capítulo segundo de mi
libro El socialismo puede llegar sólo en bicicleta); pero la inmensa mayoría de
nosotras y nosotros no alcanza a imaginar la distopía extrema, potenciada hasta
lo indecible, del mundo hacia el que vamos. 4
La trampa que el capitalismo
tendió a la humanidad ha terminado de cerrarse sobre nuestras cabezas. El siglo
XXI se sumirá en inauditas formas, en desconocidas intensidades de destrucción
socioecológica: no hay precedentes históricos para casi nada de lo que va a
ocurrir en nuestro Siglo de la Gran Prueba.
(Por supuesto, decir El Capitalismo y La
Humanidad con gran prosopopeya supone incurrir en enormes simplificaciones: la
Trampa Que Se Cierra Sobre Nuestras Cabezas es obra de la acción y la inacción
de los seres humanos, al término de cinco milenios de luchas sociales,
desarrollos técnicos y extravíos culturales. Las líneas de ruptura cruzan las
subjetividades de cada una y cada uno de nosotros.)
La humanidad nunca ha vivido antes en un
planeta con cuatrocientas partes por millón de dióxido de carbono en la
atmósfera; y nunca ha conocido el tipo de genocidio hacia el que vamos. Se
esfuerza uno por hacer prosperar sus negocios y obtener su merecido beneficio,
e inadvertida pero rápidamente degrada la biosfera y destruye la civilización
humana… ¡Ay, qué lástima! Collateral damage, efectos no deseados de la acción
racional y el rational choice que pusimos en marcha en tiempos de la
Ilustración escocesa, con aquel amable caballero que respondía al nombre de
Adam Smith…
“Sería terrible dejar internet en
manos de gobiernos poco democráticos”, declara Vincent Cerf, vicepresidente de
Google, apuntando hacia Rusia o China. Y no se da cuenta -estaríamos buenos- de
la involuntaria ironía que encierran sus palabras: es terrible, en efecto, que
internet esté en manos de oligarquías plutocráticas como las que imperan en
EEUU. “Democracia” designa un deseo utópico, un orden social por construir.
(Las declaraciones anteriores, por cierto, fueron realizadas desde la cumbre
NetMundial 2014, celebrada del 23 al 25 de abril en Sao Paulo, Brasil: cumbre
internacional que finalmente decidió tumbar la neutralidad de la Red,
acelerando así el proceso de oligarquización del mundo.)
Ay, ese mundo de fantasía donde
creen vivir los libertarios digitales… Pero los mejores hackers parecen ya
estar trabajando para la banca, el ejército, la NSA y la nueva policía política.
En 2009 el profesor Anders
Colding-Jørgensen, de la Universidad de Copenhague, llevó a cabo un experimento
interesante. Creó un grupo en Facebook para protestar contra la demolición de
la Plaza de la Cigüeña, en la capital danesa. En solo una semana, más de 10.000
personas lo apoyaron; a las dos semanas, el grupo ya tenía 27.000 miembros.
Pero ése era el experimento: no había ningún plan para demoler la plaza, y el
investigador sólo quería demostrar lo fácil que era crear un movimiento virtual
numeroso usando las redes sociales. La gran pregunta es: ¿puede transformarse
esa facilidad técnica para la coordinación en verdadera energía política capaz
de cambiar las cosas?4
Nos resulta más fácil imaginar el fin del
mundo que el final del capitalismo, nos decía hace ya años Frederic Jameson.
Actualicemos: nos resulta más fácil imaginar el fin del mundo que un planeta
sin smartphones. Impresiona la intensidad del determinismo tecnológico que
inoculan las llamadas NTIC (Nuevas Tecnologías de la Información y la
Comunicación) en las cabezas de la gente...
El consejero delegado de
Telefónica –CEO por sus siglas en inglés—, en una conferencia en la escuela de
negocios IESE, enuncia el aggiornamento digital de la vieja fórmula del
imperativo tecnológico (ya saben: aquello que sea posible hacerlo, sin duda lo
haremos): No es una opción ser disruptivos: hay que serlo.5
Cuando en la primavera de 2010 Apple lanzó en
medio mundo la venta de su famoso iPad, “su tablet miniportátil llamado a
revolucionar el mundo de la informática como ya lo hizo su iPhone con el de la
telefonía móvil” –según decía la información/ propaganda (tienden a
confundirse)--, supimos que los trabajadores que fabricaban el artilugio (en
las plantas de la empresa Foxconn sitas en Shenzen, China) denunciaron
condiciones militares en las cadenas de montaje, salarios base en torno a cien
euros mensuales, y jornadas laborales de hasta 16 horas diarias, seis días a la
semana. Así son las cosas en nuestro mundo del retroprogreso: la modernidad
tecnológica más cool adyace a relaciones laborales arcaicas.
Reflexiona Evgueni Morozov sobre las grandes
compañías en la red, como Google y Facebook, que ofrecen servicios gratuitos a
cambio de datos personales –y con ello están estableciendo las relaciones sociales
del futuro.
“Cuando uno contrata a alguien como asistente
personal, uno paga a esa persona por los servicios prestados y ahí se acaba la
cosa. Es tentador decir que la misma lógica funciona con los asistentes
virtuales: uno hace entrega de sus datos —igual que haría entrega de su dinero
en efectivo— para que Google le provea de ese servicio, gratuito, por lo demás.
Pero aquí algo no cuadra: pocos de nosotros esperamos que nuestros asistentes
personales se marchen con una copia de todas nuestras cartas y archivos para
hacer dinero con ellos. Para los asistentes virtuales, por el contrario, esa es
la única razón de que ellos existan. De hecho, se nos está engañando por
partida doble: en primer lugar, cuando hacemos entrega de nuestros datos —que,
al final, acaban en el balance de Google— a cambio de unos servicios
relativamente triviales, y, en segundo, cuando esos datos son después
utilizados para personalizar y estructurar nuestro mundo de una manera que no
es ni transparente ni deseable. Esta segunda característica de los datos, capaz
de moldear la vida, como una mera unidad de intercambio, todavía no ha sido
bien comprendida. Sin embargo, es precisamente esa capacidad de conformar nuestro
futuro después de entregarlos lo que convierte a los datos en un instrumento de
dominación.”
El promedio de tiempo de lectura de cada una
de las noticias que aparecen en uno de los diarios digitales más consultados es
de 44 segundos, me informa (en mayo de 2015) una periodista que trabaja en esa
redacción. Se lee cada vez más en pantalla, y menos en papel. Según informa la
Federación del gremio de editores, se vendieron en España sólo 154 millones de
libros en 2013, frente a los 228 millones de 2010.
Leer no es pasear la vista sobre un texto.
Leemos cada vez menos - nos distraemos mucho más. “El cambio en la forma de
leer y procesar la información se ha convertido en una creciente fuente de
observación y preocupación entre neurocientíficos y psicólogos, que temen que
nuestra capacidad de concentración y de leer en profundidad esté mermando. Las
y los científicos trabajan con la hipótesis de que la forma de leer en
Internet, rápida, superficial y saltando de una información a otra, junto a la
expansión de las redes sociales y de los teléfonos inteligentes, han cambiado
no solo nuestra forma de leer, sino también nuestro cerebro. Dicen incluso que
el actual es un momento histórico, comparable a la invención de la imprenta o
incluso de la escritura, y que ha llegado el momento de retomar el control de
nuestros hábitos de lectura.
Investigaciones científicas de todo el mundo
apuntan en esa dirección. En Europa, más de un centenar de expertos suman
fuerzas en una plataforma con la que pretenden desentrañar los efectos de la
digitalización en los distintos tipos de lecturas. ‘Es muy plausible que la
lectura profunda sea menos compatible con la lectura en las pantallas y que sea
más difícil concentrarse porque las redes sociales, los correos, los anuncios web
compiten por la atención del lector. Ese es el patrón que emerge de numerosos
experimentos’, indica Anne Mangen, del Centro para la Investigación y la
Educación Lectora de la Universidad de Stavanger, en Noruega…”8
El objetivo de hiperconexión total, en todo
lugar y momento, gracias a dispositivos transportables de telecomunicaciones
(smartphones, tabletas, miniportátiles, etc.), objetivo que se presenta como
autoevidente en esta sociedad nuestra que se hace pasar a sí misma por una
“sociedad del conocimiento” (como si conocer, y generalizar el conocimiento,
fuese tan fácil)9 , ese objetivo de hiperconexión comunicante es
contraproducente (como tantos otros de los que nos propone este maldito
capitalismo financiarizado que domina): se presenta hablándonos de libertad,
pero fácilmente puede generar nuevas servidumbres. ¿Y cómo? Reflexionemos un
momento. Incluso las concepciones menos exigentes de la autonomía humana –como
la que puede representar Arnold Gehlen, por ejemplo— exigen lo que cabe llamar
un momento de desconexión. En la antropología filosófica de Gehlen, se apunta a
la capacidad de “descarga” (Entlastung) del ser humano (respecto de la
sobreabundancia de estímulos del entorno), así como a la capacidad de diferir
la satisfacción de las pulsiones, como base de esa autonomía (realmente se
trata de una concepción minimalista).
La libertad humana exige esa
suerte de retracción respecto del exceso de estímulos, de manera que se abra el
espacio interior de la deliberación, y sea posible –a veces— la decisión
autónoma. La hiperconexión mediante TIC (ya se sabe: Tecnologías de la Información
y la Comunicación) tiende a anular tal espacio interior. 12 En 1991 el cantante
y escritor Momus (Nick Currie) dijo que en el futuro todos íbamos a ser famosos
para quince personas. Esta lúcida retorsión de los famosos “quince minutos de
fama” de Andy Warhol señala bien un cambio importante dentro de la sociedad del
espectáculo: el tránsito de la era de la televisión a la de internet. En esta
última –desde 1990 aproximadamente— la fragmentación cultural se intensifica, y
los grupos sociales subordinados tienen cada vez más difícil identificarse a sí
mismos a través del reconocimiento de intereses comunes. (Recuerdo al tipo a
quien vi en el tren de cercanías absorto en la lectura de la revista Hablemos
de loros. Un montón de páginas a todo color donde se sucedían reportajes como
“El adiestramiento de los loros”, “Todo sobre el guacamayo azul”, “El periquito
turquesa”… Seguramente en este país no se encontrarán suficientes interesados
como para que se mantenga una revista sobre, digamos, la Hacienda pública y los
impuestos con perspectiva crítica –a pesar de que en ello nos va la vida buena
y los bienes comunes--; sin embargo, los aficionados a los loros pueden buscar
en el kiosco su publicación especializada…) Diría que más de la mitad del
efecto de las muy cacareadas TIC (cuántos los pomposos acrónimos…) estriba en
disolver vínculos sociales reales para, en vez de eso, alimentar comunidades
virtuales. Ah, y de paso ayudan a la gente a comunicarse un poco, sin duda...
13 Facebook te dice: si meas en tu casa, hazte un selfie y compártelo de
inmediato con todo el mundo mundial. Y la ANECA te dice: si meas en los lavabos
de la Facultad, pide de inmediato un certificado de calidad académica, y
añádelo sin tardanza a tu expediente digital. Capitalismo cognitivo,
capitalismo académico, capitalismo excremencial y urinario. 14 Te prometen
googleglasses para ver hasta lo invisible… y su principal función es la de
anteojeras para dejar de percibir las realidades más básicas. Al lado de
Google, el Partido Comunista Cubano representa algo así como el humanismo –dijo
el veterano anarquista. La sociedad está a punto de ser abducida al
ciberespacio, y lo que hay allí dentro es una “pesadilla con aire
acondicionado”, como diría Henry Miller; un infierno amable; una cámara de
tortura con decoración de diseño gestionada eficientemente por el Pato Donald y
su Tío Gilito… ¿De verdad no prefiere usted quedarse fuera? Naturofobia,
sociofobia y alterofobia son las tres grandes dimensiones de nuestro extravío
–que se compensa con la huida hacia los cibermundos, y ello retroalimenta el
extravío… En la era de la fórmula de Black-Scholes y del algoritmo gugleico de
Add-words, el humanismo residual lo buscamos en los bonobos y en los
bosquimanos. 15 Una junto a otra, adyacentes pero tan distantes, en cada
espacio público o privado, cada persona absorta en su pantallita de
smartphone... Y lo que cada cual está mostrando (por más que su intención
consciente vaya por otro lado, por más que su sensación subjetiva de libertad
no deje de acrecentarse) es algo así como: quiero ser dominado (siempre que ese
dominio se ejerza de forma tan amable, distraída y seductora).10
Si en la época dorada del
imperialismo europeo el poeta, historiador y político anglofrancés Hilaire
Belloc podía suspirar con alivio: “pase lo que pase tenemos/ la ametralladora
Maxim y ellos no” (1898),11 ahora habría que parafrasear: “Pase lo que pase,
nosotros” (es decir, ellos) “tenemos” (tienen) “las pantallitas controladas por
Big Brother y ellos no” (nosotros no)...
Pero la sociedad no está viendo, en las NTIC,
un medio de control social que deja atrás todo lo conocido en el pasado, y nos
conduce hacia un mundo donde el adjetivo “orwelliano” se convertirá en un
piadoso eufemismo. La sinergia entre la neurociencia moderna y las
megacorporaciones capitalistas de las NTIC (como Apple o Google) supone la
mayor amenaza para la libertad humana a la que la especie ha tenido que hacer
frente en toda su historia.12
Internet caerá. Pero si cae ahora, el desastre
sería menos dañino que si lo hace dentro de diez años --y dentro de diez años,
menos que si ocurre dentro de veinte años.
Sir Nicholas Stern dijo
famosamente que el cambio climático es the greatest market failure that the
world has seen (conferencia ante la Royal Economic Society en Manchester, 28 de
noviembre de 2007). No, es más que eso: el capitalismo –que nació enlazado con
la Ilustración de una forma, como se sabe, harto compleja— es el mayor fracaso
civilizatorio de la historia de la humanidad.
El capitalismo, a la postre, es
una fantasía autodestructiva. Ello no sería tan grave si no destruyese, al
mismo tiempo, la naturaleza, la sociedad y la sustancia antropológica del ser
humano.
Frente a este horror, ¿puede
suceder con ciertas perspectivas de éxito algo así como una venganza de las
humanidades, de la filosofía, de la poesía? Me temo que no. Se producirá más
bien una venganza de la biología, la climatología y la termodinámica. Pero Homo
sapiens ya no estará allí para contarlo –o al menos no la mayor parte de la
especie, ni sus posibilidades de vida buena.
Yes we can? Pues me temo que no es posible: va
a ser que no… ¿Podemos? Que no, caballero distinguido, ilustre dama, ¡ya le he
dicho que no!
Notas: 1 Frank Schirrmacher: “El egoísmo es
la nueva racionalidad” (entrevista), El Cultural, 7 de febrero de 2014. Puede
consultarse en http://www.
elcultural.es/version_papel/LETRAS/34090/Frank_Schirrmacher . El ensayista
sigue explicando: “Soy consciente de que la crisis financiera tuvo muchas
causas. Sin embargo, la pérdida de control global es fruto de modelos
matemáticos que antes de la era del ordenador no habrían sido posibles. Durante
la crisis, la negociación bursátil de alta frecuencia fue adquiriendo un peso
aún mayor en virtud de las mejoras técnicas. La negociación de alta frecuencia
es un mecanismo que hasta cierto punto expulsa a los seres humanos fuera del
mercado: los algoritmos se convierten prácticamente en personas que dan
órdenes. Lehman Brothers no fue más que un presagio. Si no hacemos nada,
tendremos crash sociales, como tuvimos crash bursátiles. Un mundo en que unos
ordenadores totalmente automáticos leen noticias que proceden de sistemas
también automatizados y después toman decisiones que otros robots convierten en
noticias y textos de prensa, y todo ello a una velocidad increíble, es fácil
imaginar que no se limitará a las bolsas de valores. Y todas esas máquinas no
son psicólogos particularmente buenos, en cierto modo siempre juegan un poco a
la Guerra Fría…”
2 En 2015, cada 22 segundos se venden 1.000 smartphones en el
mundo; ya se han convertido en la principal puerta de entrada a Internet.
3 También de la
entrevista con Schirrmacher en El Cultural: “Ese Homo economicus nunca fue sólo
un modelo: el hombre egoísta que solo piensa en su ventaja en los mercados se
ha convertido en norma. El tiempo de las teorías y los modelos ha quedado
atrás: los modelos cobran vida como el Golem. Aconsejo la lectura del nuevo
libro de Eric Schmidt, muchos años jefe de Google y hoy presidente de su
consejo supervisor. El doble digital, es decir, esa copia de nosotros reducida
a la matemática del egoísmo, sólo era una sombra. Entonces se emancipó, y ahora
parece que es él -la suma de huellas digitales que dejamos- quien define
quiénes somos realmente. La empresa Cataphora, que analiza correos electrónicos
por encargo del Ministerio de Justicia de EE.UU., dice que conoce a la persona,
después del análisis, mejor que ella misma. ¿Y qué hace la NSA? La suma de
huellas digitales da lugar a un cálculo de riesgos que una persona real no
puede rebatir. ¿Qué hacen las modernas empresas de evaluación crediticia? La
suma de datos, entre los que se incluye la música que uno escucha y lo que
escribe en Facebook, determina la credibilidad. Lo mismo se puede decir de los
Estados. ¿Acaso nadie ve lo que está sucediendo?”
4 Es raro que mis
opiniones coincidan con las de Moisés Naím, ¡pero excepcionalmente sucede! Dice
este “observador global”: “En el mundo de hoy, una convocatoria por Twitter,
Facebook o mensajes de texto para protestar contra un abuso o algo que nos
indigna atraerá seguramente una muchedumbre. El problema es lo que pasa después
de la marcha. A veces termina en confrontaciones violentas con la policía y
otras veces no. Pero en todo caso, lo más frecuente es que no exista una
organización con la capacidad de dar seguimiento a las exigencias y llevar adelante
el complejo, muy personal y más aburrido trabajo político, que es el que
produce cambios en las decisiones gubernamentales. Sobre esto, el profesor
Zeynep Tufekci ha escrito que ‘antes de Internet, el tedioso trabajo
organizativo necesario para evadir la censura u organizar una protesta también
ayudaba a crear la infraestructura que servía de apoyo a la toma de decisiones
y a las estrategias para sostener los esfuerzos. Ahora, los movimientos pueden
saltar esas etapas, lo cual con frecuencia los debilita’ .Hay un poderoso motor
político prendido en las calles de muchas ciudades. Gira a altas revoluciones y
genera mucha energía. Pero ese motor no está conectado con las ruedas y por eso
no hay movimiento. Para conectarlo hace falta más contacto humano directo y más
organizaciones capaces de hacer trabajo político a la antigua. Es decir, cara a
cara. Todos los días.” (Moisés Naím, “Mucha protesta, pocos cambios”, El País,
30 de marzo de 2014)
5 María Fernández, “Palabra de consejero delegado”, El País Negocios,
5 de julio de 2015. Fernández está resumiendo una conferencia de José Mª
Álvarez-Pallete en el IESE. Véase http://economia.elpais.com/
economia/2015/07/03/actualidad/1435948093_210877.html
6 Evgeny Morozov,
“Siervos y señores de internet”, El País, 16 de mayo de 2015 (puede consultarse
en http://elpais.com/elpais/2015/05/05/ opinion/1430842193_759913.html ). La
cita continúa: “Mientras que el dinero al contado no tiene historia y solo
implica una pequeña conexión con la vida social, los datos no son otra cosa que
la representación de la vida social, si bien cristalizada en kilobytes. Google
Now puede funcionar solamente si la compañía que hay detrás consigue llevarse
amplias porciones de nuestra existencia bajo su paraguas corporativo. Una vez
allí, esas actividades pueden adquirir una nueva dimensión económica: pueden
finalmente ser monetizadas. Nada por el estilo les sucede a los ricos de hoy
cuando contratan a un asistente personal. Aquí, el equilibrio de poder está
bastante claro: el amo está dominando a quien le sirve, y no al revés, como es
el caso con Google Now y los pobres. En cierto modo, son los pobres los
verdaderos “asistentes virtuales” de Google, al ayudarle a amasar los datos.
(…)¿Por qué los ricos necesitan asistentes personales? ¿Pudiera ser que no
porque les guste la asistencia personal, sino porque les guste tener tiempo
libre? Formular este argumento sería revelar que los pobres, tal vez, no van a
poder disfrutar de tanto tiempo libre como los ricos, incluso si se hacen con
los más novedosos artilugios de Google. La dialéctica del empoderamiento
funciona utilizando caminos misteriosos: sí, los aparatos inteligentes podrían
ahorrarnos tiempo: así que podremos emplearlo en trabajar para poder pagar unas
más elevadas y personalizadas primas de seguros, o en enviar ese correo
electrónico extra relacionado con el trabajo, o en rellenar un formulario extra
requerido por algún sistema burocrático recién informatizado…”
7 Por supuesto, esta caída ref leja también el impacto de la
crisis económica, el altísimo desempleo y el empobrecimiento de la mayoría de
la población). El Barómetro del CIS de enero de 2015 indica, además, que la
mitad de españoles no compró ningún libro en 2014 y que el 35% no lee nunca o
casi nunca.
8 Ana Carbajosa,
“¿Recuerdas cuando leíamos de corrido?”, El País, 24 de mayo de 2015
(http://politica.elpais.com/politica/2015/05/06/
actualidad/1430927826_380794.html ). El artículo continúa: “Maryanne Wolf,
neurocientífica cognitiva de la Universidad estadounidense de Tufts, es un
referente en la materia. ‘Temo que la lectura digital esté cortocircuitando
nuestro cerebro hasta el punto de dificultar la lectura profunda, crítica y
analítica’, explica por teléfono Wolf, quien accede a abandonar por unos
minutos su encierro californiano, donde trabaja en su próximo libro sobre la
lectura. ‘Nuestra mente es plástica y maleable y es un reflejo de nuestros
actos. Las investigaciones nos dicen que ha disminuido mucho nuestra capacidad
de concentración. Los jóvenes cambian su atención unas 20 veces a la hora, de
un aparato a otro. Cuando se sientan a leer, tienden a reproducir esa lectura
interrumpida y en zigzag. Tenemos que ser conscientes de que estamos en medio
de un cambio muy profundo’. Wolf cree que el momento histórico que más se
asemeja a la revolución actual fue la transición de los griegos de la cultura
oral a una centrada en la escritura. (…) En 2010, David Nicholas presentó con
la University College de Londres un estudio que dio la vuelta al mundo y que
puso el foco en lo que llamaron la Generación Google, y que concluyó que los
nativos digitales, nacidos a partir de 1993 eran más incapaces de analizar
información compleja y más propensos a leer a toda prisa y de forma más
superficial. Desde entonces, los teléfonos inteligentes y las redes sociales
han ocupado parcelas y minutos de nuestras mentes antes liberados. El último
informe de la OCDE resalta la rápida penetración de los smartphones en España y
cifra en 73,3 las conexiones por cada 100 habitantes. ‘Neurólogos y psicólogos
confirman ahora que aquel diagnóstico no ha hecho más que empeorar. Nuestro
cerebro ha perdido capacidad de concentración. La gente ya no quiere leer largo
y profundo. El cambio es rapidísimo, y los teléfonos inteligentes han acelerado
este proceso porque hacen además que la gente lea en movimiento, lo que supone
una distracción adicional. Las implicaciones para nuestra cultura y nuestra
sociedad son inmensas’.”
9 En realidad, tenemos
bastantes motivos para temer más bien estar alimentando una sociedad de la
ignorancia, de la incultura acrítica. Véase Gonçal Mayos y Antoni Brey (eds.),
La sociedad de la ignorancia, Península, Barcelona 2011. 10 Una reflexión
interesante: Evgeny Morozov, “La tecnología que nos aísla”, El País, 4 de
octubre de 2014. Puede consultarse en: http://elpais.com/
elpais/2014/10/03/opinion/1412336783_752251.html 11 Citado por Ian Morris en
¿Por qué manda Occidente… por ahora?, Ático de Libros, Barcelona 2014, p. 29.
12 Véase Javier Sampedro, “La neurociencia ya puede predecir el comportamiento.
Pero ¿debe hacerlo?”, El País, 19 de enero de 2015; http://
elpais.com/elpais/2015/01/12/ciencia/1421053581_532953.html.
Profesor en la Univesidad Autónoma de Madrid.
Escritor y militante ecologista.
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